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Pensar al Sur

The essay circulates among colleagues and centers of the newly created Latin American network of critical southern thinking, in order to discuss the territorial, political and epistemological status of the “global South”

Sur El objetivo de estas breves notas es proponer una discusión acerca del estatus epistemológico y político del Sur. Se trata de pensar al Sur en el doble sentido de la producción de conocimiento social situado en regiones “periféricas” de la globalización, y de una reflexión sobre el espacio que -habiendo sido denominado antes como tercer mundo, países sub-desarrollados o en vias de desarrollo, postcolonia- hoy es definido como “Sur Global”. Si en cuanto a lo territorial la definicion del “Sur” es sumamente imprecisa, puede pensarse en definirlo en torno a la materialidad de la experiencia y de un pensamiento autoctono sobre esta? La cuestión epistemológica va de la mano de la discusión geopolítica y económica: dónde esta situado y que regiones incluye el Sur Global?

Mientras Latinoamérica y Africa parecen no presentar dudas acerca su pertenencia, cómo debe considerarse a India, país de grandes proporciones económicas y poblacionales, o de que manera evlauar el dilma que presenta China, nueva super potencia mundial, segunda economía del planeta, y que constituye un eje central ineludible de todo debate sobre el significado y extension del Sur global. Cuál es el lugar y rol del Este, de Asia, en el Sur, entendido como categoria política-económica? Cuál es el rol de las nuevas potencias emergentes, o BRICS, como es el caso de Brasil, dentro de la condición latinoamericana? Constituyen los BRICS un nuevo actor central dentro de los bloques de dominacion globales? o son mas bien la vanguardia del Sur, en tanto potencias políticas y económicas que marcan el rumbo en sus respectivas regiones y actúan de modo articulado en foros globales de relaciones internacionales o con relación a organismos multilaterales de fnanciamiento?

De modo similar, es preciso debatir el estatus político de Rusia en tanto perteneciente al Sur, lo cual abriría un debate sobre la condición “Sur” de Europa del Este. La situación contemporánea del ex bloque soviético propone un debate acerca de si la “globalización” es una categoría militar, a la vez que política-económica, ya que solo fue posible comenzar a hablar de un mundo global hacia el fin de la Guerra Fría, en el principio de la década de los noventa cuando un bloque sometió militar y económicamente al bloque enemigo. Fue precisamente en los campos de guerra “calientes” del Sur global, campos de invasión, control y contrainsurgencia, donde se peleó en concreto la abstracción diplomática de la Guerra Fría. Esta condición necesariamente marcó a fuego las transiciones democráticas de los noventa en el Sur, doblegadas por la herencia politica del totalitarismo y la crisis de la deuda externa. En verdad se puede considerar a la globalización también una categoria financiera, a partir de la hegemonia creciente del capital financiero que acompañó a esa victoria militar planetaria. De manera paralela al nuevo pensamiento de escala mundial, el Sur, o Sur Global, se consolidaron como categorías de análisis a partir de aquel comienzo del debate sobre un mundo globalizado.

La cuestión de pensar al Sur abre un debate acerca de la distribución política de espacios dentro de los hemisferios: en primer lugar, ironicamente, gran parte del “Sur” global se halla situado en el hemisferio norte; en segundo lugar, la categoría de “Sur” atraviesa distinciones anteriores entre oriente y occidente. La situación de Latinoamérica dentro del debate sobre el Sur también pone en cuestión la categoría misma de “Occidente”, en la cual actores políticos de distinto signo habían clásicamente colocado a la región. De qué manera un sub continente cultural, religiosa y politicamente “occidental”, puede agruparse dentro una misma categoría que engloba a Africa y Asia? De este modo, el debate abre la categoria de “Sur global” a distintas perspectivas. Evidentemente, este nombre realiza algún trabajo epistémico y político que ha tornado necesaria su aparición y consolidación. Pero se trata de una distinción epistemológica, geopolítica, espacial, tecnológica o económica? Se puede considerar una hipótesis que consiste en pensar al Sur a la vez como un territorio geográfico (el mundo “periférico” por fuera de los países centrales de EEUU y Europa occidental), así como también un espacio de relaciones económicas determinado por el endeudamiento, el desarrollo desigual y un modelo de acumulación fuertemente determinado por la inequidad y dominación establecida por el sistema capitalista mundial desde 1945.

El “Sur” constituye, más allá de espacios geográficos concretos, un haz de relaciones socio-económicas: el Sur como relación. Se trata de dinámicas que reproducen estrategias de poder global y que poseen nodos tanto en el “Norte” como en el “Sur”. Es preciso no pensar al Sur a nivel territorial, de espacio o escala, sino como forma-de-vida. Hay que explorar como la cuestión de las mediaciones entre campos que la modernidad ha presentado como disímiles o separados, se hallan entremezcladas de modo diferente, produciendo formas institucionales, de vida cotidiana y de subjetividad propias y singulares. El Sur puede ser conceptualizado como una serie de historias paralelas, comparables. Si se trata de un tipo de espacio, es un territorio sin fronteras definidas donde la Historia ha “tenido lugar” de modos similares, en cuanto a formaciones de poder, capital y subjetivación. El Sur presenta trayectorias intrconectadas de imperialismos políticos y económicos, colonialismos externos e internos, conformación e interrupción del estado-nación y despliegue de proyectos de lo nacional-popular.

De manera fundamental el Sur también ha sido moldeado por procesos de violencia política colonial y neo-colonial, de represión, partición territorial y conflicto interno que en gran medida han obedecido a esquemas trans-nacionales que han conectado a diversas regiones del mundo. El estudio de las transiciones democraticas en Latinoamerica en los ochenta ilumina procesos similares ocurridos luego en Africa. Las definiciones estatales de raza, etnicidad e indigeneidad derivadas del colonialismo y heredadas por los estados poscoloniales africanos y asiaticos son terreno fertil para repensar de manera diferente las estructuras sociales imperantes en America Latina. En la actualidad, el Sur se halla articulado como el territorio de la subsunción real por el capital; el espacio geográfico y económico que es objeto de una nueva ronda de acumulación primitiva del capital, que se lleva a cabo bajo el signo de la absolutización del capital extractivo y el capital financiero.

Efectivamente, las diversas regiones del Sur global pueden ser conectadas en un plano político y epistemológico comparativo que ilumina dinámicas locales a través de su reflejo en procesos similares. Se trata de analizar procesos de colonización de signo semejante y contemporáneos: por caso, no sólo las herencias del colonialismo español en América Latina, sino también el colonialismo británico semi-formal que rigió en la región desde mediados del siglo diecinueve, y que la coloca en estrecha relación historica y política con los estados postcoloniales de India y Africa, que también emergieron del mismo sistema de dominación y violencia, y asimismo con regiones como el medio oriente, donde la influencia política y diplomática británica fue rampante, hasta el caso de la formación del estado de Israel y el quiebre de Palestina. Hoy, el Sur global presenta herencias de estos proyectos en el sentido de que se puede englobar a estas regiones dentro de la categoría de espacios surgidos de procesos post-totalitarios.

El Sur esta conformado por regiones de experiencia post-Stalinista, como en la Europa del Este; regiones postcoloniales que han sido fuertemente marcadas por la violencia política de la dominación colonial europea, como en Africa y el Sur Asiático, regiones post-dictadura, como el Cono Sur latinoamericano y su experiencia de colonialismo semi formal diplomático y miltar estadounidense, que también se refleja en la condición de post-conflicto armado e intervención extranjera, como en la región Andina. Mecanismos neo-coloniales de alcance global, tales como los planes de ajuste estructural y el modelo de endeudamiento externo, así como las técnicas de contrainsurgencia de desaparición forzadas de personas, articulan diversas historias políticas, temporalidades económicas y espacios trans-regionales. En la actualidad, la dinámica del capitalismo de extracción, con sus métodos, agentes y efectos, que se repiten a través de regiones y sub-continentes, abre nuevos espacios para el trabajo epistemológico comparativo sur-sur.

Pensamiento Si el Sur es un conjunto de formas de vida singulares, en los últimos tiempos este espacio y esta vida ha ido generando un pensamiento propio sobre esas formas y texturas. En este sentido, resulta más preciso hablar de un pensar “al” Sur, y no “desde” el Sur. La frase “pensar al” implica a la vez el lugar de producción del teorizar y su objeto. La fórmula “desde el Sur” parace seguir respondiendo al motivo de un pensamiento que es generado para una audiencia privilegiada situada en otro sitio: en el “Norte”. En intersección con estos parámetros económicos y geopolíticos, se puede proponer pensar al “Sur” como un imaginario, una perspectiva epistémica engarzada en relaciones socio-económicas (entre regiones y también al interior de los estados-nación) y un modelo de desarrollo que generan una perspectiva diferencial en cuanto al pensamiento de lo social. Esta condición no es anecdótica o circunstancial: puede decirse que desde hace tiempo la teorización más avanzada acerca de lo social y sus crisis recientes ha sido generada en el “Sur”, ante el estancamiento evidente de gran parte del pensamiento generado en el Norte. La producción del conocimiento social generada en el sur posee diversas características, entre ellas una impronta muy particular, relacionada a su contexto socio-económico, y que la diferencia de lo producido en el Norte: la teorización social producida en el Sur es generada por académicos, intelectuales públicos y movimientos sociales y políticos, en estrecha relación con demandas de la esfera pública, lo político, y los medios de comunicación de distinto signo.

Este contexto de producción de saber, permeable a las fronteras difusas entre campos y géneros, y fuertemente sesgado por transformaciones políticas y económicas, coloca al pensamiento generado en el sur en un plano muy diferente de las teorizaciones producidas desde lo que resta de las aisladas torres de marfil de la academia del norte, o del saber experto de los centros de investigación privados. Pensando al Sur, examinando la producción reciente de conocimiento social a distintos niveles, puede plantearse que así como lo local produce inflexiones y tensiones que median y refractan lo global, modificándolo, de la misma manera el pensamiento al Sur produce una inflexión en lo que es el pensar en sí mismo. Esto significa ver al pensamiento al Sur como una perspectiva, un modo de enfocar el mundo de lo social, y expresado mas allá de nativismos o chauvinismos o el intento fútil de recobrar supuestas prístinas cosmogonías o pensamientos ancestrales. Otra característica crucial de la producción del conocimiento al Sur con respecto al Norte es que la misma no tiene lugar solo en ámbitos académicos, sino que los movimientos sociales de base actualmente teorizan sus propias prácticas de organización y acción, asi como también condiciones socio-económicas en sus regiones y el impacto sobre ellas de flujos globales de capital, tecnología e información.

El pensamiento al Sur se genera en un contexto social de producción que implica la mencionada práctica de los movimientos sociales; intelectuales públicos independientes de fuentes internacionales de financiamiento, relacionados a sectores políticos o sociales o mediáticos; y una estructura universitaria que aún, con fuertes condicionamientos e influencias externas (sobre todo hoy del modelo estadounidense) posee formas de organización y estructuración que son particulares y propias, y que generan, en contacto con la demanda de lo social, formas trans-disciplinarias de trabajo intelectual. En este contexto, el pensamiento al sur genera sus propios marcos conceptuales. Se trata de descentrar dicotomías clásicas entre lo universal y lo particular, según las cuales, los parámetros de pensamiento generados en el norte o centro (antes Europa, hoy también Estados Unidos) constituían una guía general que luego se adapataba a “casos” regionales cuasi etnográficos y a historias locales. Es preciso, para sopesar la dimensión y la relevancia de las teorías producidas en el Sur, debatir el contexto actual institucional y de financiamiento de la producción de conocimiento social en el Sur.

Cuáles son los flujos de capital que posibilitan directa o indirectamente la teorización de lo social? Cómo es el campo de estrategias y luchas en torno a las decisiones de privilegiar determinadas áreas y objetos de investigación y pensamiento? Lejos de meramente adoptar y reproducir conceptos y categorías generadas en el norte, actualmente la producción social del conocimiento al sur retoma esas formas e ideas reelaborándolas absolutamente, traduciéndolas en versiones que las modifican, adaptadas a las cambiantes condiciones socio-económicas regionales. La globalización económica y del saber, con sus sucesivas crisis profundas, no ha generado una uniformización del conocimiento sino que ha puesto al alcance de productores locales y regionales de saber toda una serie de conocimientos y conceptos que antes no circulaban, y este proceso ha relativizado su hegemonía absoluta, posbilitado un bricolage que transfroma y mezcla conceptos, así como también abriendo el campo intelectual de una inmensa producción local y regional de teoria social, política y estética.

Este ordenamiento material e institucional donde disciplinas y programas se aticulan, genera el espacio para la emergencia de epistemologías y metodologías propias del Sur, no solamente articuladas en torno a las “memorias del subdesarrollo” (por citar el título de un film modernista cubano) es decir, mediatizadas por la falta de recursos financieros e infraestructurales, sino también generadas en respuesta a problemas regionales y locales singulares, diferentes a los hallados en los países “centrales” y que necesariamente requieren de conceptualizaciones y métodos e investigación y pensamiento diferentes. Este paisaje de conceptualizacion epistémica y metodológica innovadora, se contrasta con el resto de producción de conocimiento social en el Sur, de tinte tecnocrático, mayormente determinada por las presiones y demandas de financiamiento y orientación ideológica de las agencias multilarales, de la industria del desarrollo y de la gobernabilidad, así como por el modelo del paper, el informe y la consultoría. Estas estructuras a través de su poderío político-económico intentan condicionar la producción de pensamiento en el Sur, determinando el espacio de lo que es posible pensar, lo cual en general es acotado a la escala la solución de problemas técnicos, reduciendo lo político al cálculo utilitario y a la “buena gobernabilidad”.

La producción innovadora y creativa de teoría, que de modo singular emerge en el sur, abre el espacio para un debate sobre la economía política del conocimiento. Cuál es el valor agregado que provee la teoría producida en el sur a los mercados del capitalism cognitivo contemporáneo y de la actual sociedad de la información en donde el saber es la principal fuerza de producción? Quién teoriza al Sur? Quién tiene acceso a conceptos e informaciones importados del exterior, que luego pueden ser modificadas, o pueden dar lugar a la generación de conceptos propios? Qué élites de conocimiento, sociales y políticas, son las generadoras de pensamiento? Cómo se han generado y consolidado estas élites? Están abiertas a modificaciones y transformaciones, pueden co-existir con el surgimiento de nuevos actores epistémicos que generen teoría? La exploracion de respuestas a estas y otras preguntas similares sobre el significado y condicion del Sur global abriría el campo a una discusión acerca de la colaboración y el intercambio intelectual y politico entre regiones del Sur.


Juan Obarrio teaches at the anthropology department at Johns Hopkins university. His research focuses on Africa, state, indigeneity, law, violence.  He is the author of The Spirit of the Laws in Mozambique (Chicago Press, 2014) and is in the Programa de Estudios Sur Global, Universidad de San Martin, Buenos Aires, Argentina.

Postcolonial Challenges in Education

Coloma, Roland Sintos (ed.) Postcolonial Challenges in Education New York, Bern, Berlin, Bruxelles, Frankfurt am Main, Oxford, Wien, 2009. X, 382 pp.

Postcolonial Challenges in Education traces the palimpsest histories of imperialism and colonialism, and puts to work the catachrestic interventions of anti-imperialist and decolonizing projects. This book functions as a set of theoretical, empirical, and pedagogical challenges to two fields of scholarship. It points out the inadequate attention to issues of education in studies of imperialism and colonialism as well as the relative absence of empire as a relevant category of analysis in studies of education. It brings together many of the world’s leading and emerging scholars who engage with the key debates and dilemmas in postcolonial and educational studies, and ushers in a collective of dissident voices that unabashedly aim to contest and reconfigure the current local-global order.

Lorenzo Veracini on settler colonialism

‘Here from Elsewhere: Settlerism as a Platform for South-South Dialogue’
Discussion Roundtable, Institute for Postcolonial Studies, Melbourne, 21/10/10
Participants: James Belich, Lorenzo Veracini, Kate Darian Smith

Lorenzo Veracini

1) Settler colonialism as a compound category is an antipodean-developed paradigm. This origin makes it an important platform for South-South dialogue.

Actually placing “settlers” and “colonialism” in the same analytical field required overcoming a number of conceptual blockages. It took decades. The nineteenth century – the century of the “settler revolution” (see Belich 2009) – did not think that they could be compounded. Indeed the settler revolution had cleaved the two apart: Marx, who engaged extensively with Wakefield (see Pappe 1951), thought that the settler colonies were the only “colonies proper”; Mill, who wrote extensively on colonisation and colonialism kept them rigorously separate (see Bell 2010). Archibald Grenfell Price was probably the first, in 1929, to theorise a particular form of colonial activity distinct from other colonial endeavours. Settler-driven colonialism – “independent” settlers – had been more effective colonisers than other metropole-directed groups (Price 1929). He was explaining South Australian specificities in the context of Australian diversity; and yet, he did not propose an exceptionalist account. On the contrary, his outlook was systematically comparative, proof that paradigmatic shifts are often grounded in parochial concerns.

I have elsewhere followed the development of “settler colonialism” as a concept since the 1930s (Veracini forthcoming). In the context of this trajectory, the notion that settler colonial settings were fundamentally different from both metropolitan and colonial contexts was recurrently proposed from the “South”. The settler themselves said so (the Algerian, Rhodesian, and south African settlers, for example, all at one point or another claimed a local version of southern exceptionalism), and the scholars, even if their agenda differed dramatically from the settlers’, confirmed it (i.e., Donald Denoon’s outline of settler capitalism in the southern hemisphere [1983], the “staple theory” of economic development that turns into a staple “trap” at the antipodes [see Schedvin 1990], Patrick Wolfe’s emphasis on the fundamental inapplicability in the specific conditions of settler colonialism of the master slave dyad typical of colonial studies [Wolfe 1999], and James Belich’s discovery, even if he does not use these terms, that settler colonialism is primarily about reproduction, not production, and that settler colonialism is immediately autonomous from the colonising metropole [2009]). Whether at the level of practice or theory, the notion that settler colonialism should be seen as a distinct formation came from the South.

That this was an original development and that only recently this notion has become better received in the northern hemisphere should be emphasised. On the contrary, scholarly traditions have consistently understood settler colonial phenomena either as colonial or metropolitan ones, not as an autonomous formation (alternatively, parochialising exceptionalist paradigms have been put forward). Marx and Engels, as mentioned, thought that settlers and metropole were part of the same analytical field. Lenin, and twentieth century Marxisms, on the contrary, conflated colonial and settler colonial forms and considered all colonialisms part of the general process of imperialist appropriation. Imperialism, it was argued, reorganised precapitalist economies anywhere, and integrated all peripheries into the world capitalist economy – the settler was, in Ronald Robinson’s words, the “ideal prefabricated collaborator” of imperialist endeavours (Robinson 1972). Likewise, anticolonial “Third Worldism” routinely collapsed the settler locales and the colonising metrople within the “global North” category, while only some within postcolonial studies preferred to include the settler colonies within the bounds of the “postcolonial” experience (even though this remained contentious and it was acknowledged that settler postcolonialities should be considered a specific subfield [see Ashcroft, Griffiths, Tiffin 1989]).

2) Even if it remains an antipodean-developed paradigm, the applicability of settler colonialism has recently been expanded. Indeed, the indigenous/settler divide is now seen informing locales and experiences way beyond the settler Angloworld (see Belich 2009). This flexibility makes it a privileged platform for South-South dialogue.

Influential historians of Africa and Latin America Mahmood Mamdani and Richard Gott, for example, have convincingly deployed a settler colonial paradigm (Mamdani 1996, Mamdani 2001, Gott 2007; for a call to look for settler colonial phenomena beyond the “colonies of settlement”, see Edwards 2003). Both macroregions are generally considered as typically non-settler colonial. Africa and Latin America did not have the sustained economic development and political stability that settler colonialism, in marked contrast against colonial underdevelopment, would produce. Moreover, Africa did not have locales where white settlers constituted the majority of the population, and Latin America was inherently “hybrid”, it did not have the ethnic and racial homogeneity that typically characterises settler colonial formations.

Nonetheless, Mamdani extensively demonstrated how the postcolonial condition reverses but does not supersede a colonially determined relationship between “native” and “settler” (he defines a “settler” anyone who doesn’t have an ancestral homeland or lives outside his ancestral homeland). He outlined how in many postcolonial contexts dominated by nationalist regimes an indigenous ascendancy is enforced to the detriment of variously defined exogenous alterities (and how many of the intractable conflicts of postcolonial Africa depend on the inability/unwillingness to move beyond this dichotomy [Mamdani 2002, Mamdani 2009]).

Similarly, Gott noted how genocidal attacks against indigenous people in Latin America actually followed independence, not Spanish colonisation, and how recent political developments in the region can be interpreted as an indigenous renaissance in opposition to established settler colonial political orders. He thus proposed to fundamentally upturn received historical narratives of latin America: settler colonialism, not independence or neo- or informal colonialism followed the end of formal colonial subjection.

3) But there is another way in which reflection on settler colonialism as a distinct formation can facilitate an original approach to South-South dialogue. Even if they prefer to imagine themselves operating in an empty setting, settlers inevitably displace indigenous peoples. Relatedly, even if they would like to free themselves from settler imposition, indigenous peoples operate within settler colonial orders. Settlerism and indigeneity coconstitute each other.

Francesca Merlan (2009) has recently proposed in an essay published in Current Anthropology a history of the emergence, consolidation and eventual internationalization of a global category comprising all indigenous collectivities since the 1920s (see also Niezen 2003). “International indigeneity”, she noted, emerged in Scandinavia and in the Anglophone settler colonies and only eventually, indeed only very recently, became a truly global phenomenon. However, the “establishing” settler states did not support the ultimate institutionalization of indigeneity in international affairs, and voted as a bloc (CANZAUS) in 2007 against the UN Declaration on the Rights of Indigenous Peoples (see also Allen, Xanthaki 2010). This, Merlan argued, is a paradox that can be explained by reference to these countries’ liberal democratic political institutions. The “establishing” countries’ rejection of the Declaration “is consistent with the combination of enabling and constraining forces that liberal democratic political cultures offer” (303), she concluded. Liberal democratic political cultures allowed for the expression of indigenous political activism but eventually what could be construed as indigenous demands for special status clashed with a generalised reluctance to recognise the special claims of a particular constituency.

And yet, there is an alternative explanation beside Merlan’s sophisticated argument. If we define indigenous peoples as the “original inhabitants” of a particular locale, and considering that all polities are one result of one type or another of different processes of military and demographic expansion, the permanence of indigenous peoples is a possibility that equally characterises metropolitan, colonial and settler colonial contexts. However, only if we realise that “indigeneity” has its roots in settler colonialism, that “indigeneity” is a relational category that acquires its full meaning when it is paralleled by its dialectical counterpart – the non indigenous settler (Fanon famously noted that “it is the settler who has brought the native into existence and who perpetuates his existence” [1967: 36]) – we can better understand why it was the settler polities that voted against the Declaration. Only in the context of what I have elsewhere defined as the settler colonial “situation” there is a permanent distinction between an indigenous and an indigenising exogenous collective (see Veracini 2010).

Metropolitan and postcolonial polities could more easily accommodate the Declaration’s terms than settler polities whose current sovereign dimension is fundamentally premised on the original dispossession of indigenous peoples. Crucially, if the colonial relation fundamentally defines both metropole and colony (and their postcolonial successors), it does so in terms of externality: colonialism is something done somewhere else (i.e., the colonies), or by someone else (i.e., exogenous colonizers). In the metropole and in the colony, it is this externality can ultimately sustain a claim to indigeneity (if colonialism is extraneous to the polity, and if colonialism can be defined as a form of intergroup domination characterised by an exogenous ascendancy [as Ronald Horvath had proposed in another Current Anthropology article in 1972], the polity is indigenous by definition). However, this claim is impossible in the case of the settler colonies/societies, where colonialism is performed on the spot and by the settler, and where in any case there is no specific moment inaugurating a post-settler colonial predicament. Thus, whereas the Declaration is a largely irrelevant text in metropolitan and postcolonial settings, these can comfortably claim to be indigenous polities, it constitutes a potential challenge to the sovereign order in settler colonial contexts. Despite its cautious formulation, as it protects indigenous peoples’ rights above settler prerogatives, the Declaration constitutes a powerful anti-settler manifesto. Contra Merlan, I would conclude by noting that it wasn’t a bland statement, but the unresolved settler colonial character of the settler polities, and that it isn’t only a matter of liberal democratic political cultures and their constraints. It is settler colonialism (indeed, focusing attention on liberal democratic institutions may imply a neglect of the unresolved dynamics of settler colonialism).

Thus, reflection on the dynamics of settler colonialism can help understanding a multiplicity of situations: what in one of the founding texts of what should consolidate into “settler colonial studies” Alan Lawson defined the (settler) “Second” world (Lawson 1995), as well as what are generally referred to as “Third” and (indigenous) “Fourth” worlds. Settler colonialism ultimately contributes to South-South dialogue by proposing that settler and indigenous experiences should integrate traditional understandings of the binary relationship between North and South. I propose these three insights, and the suggestion that the distinction between colonialism and settler colonialism should be regarded analytically and not geographically (that is, that it is a distinction between separate forms and not between “colonies of exploitation” and “colonies of settlement”), as a preliminary framework for developing “settler colonial studies” as a genuinely global and transnational paradigm.

References

Stephen Allen, Alexandra Xanthaki (eds), Reflections on the UN Declaration on the Rights of Indigenous Peoples, Oxford, Hart Publishing, 2010.

Bill Ashcroft, Gareth Griffiths, Helen Tiffin, The Empire Writes Back: Theory and Practice in post-Colonial Literatures, London, Routledge, 1989.

James Belich, Replenishing the Earth: The Settler Revolution and the Rise of the Angloworld, Oxford, Oxford University Press, 2009.

Duncan Bell, “John Stuart Mill on Colonies”, Political Theory, 38, 1, 2010, pp. 34-64.

Donald Denoon, Settler Capitalism: The Dynamics of Dependent Development in the Southern Hemisphere, Oxford, Clarendon Press, 1983.

Penny Edwards, “On Home Ground: Settling Land and Domesticating Difference in the ‘Non-Settler’ Colonies of Burma and Cambodia”, Journal of Colonialism and Colonial History, 4, 3, 2003.

Frantz Fanon, The Wretched of the Earth, Harmondsworth, Penguin Books, 1967.

Richard Gott, “Latin America as a White Settler Society”, Bulletin of Latin American Research, 26, 2, 2007, pp. 269-289.

Ronald J. Horvath, “A Definition of Colonialism”, Current Anthropology, 13, 1, 1972, pp. 45–57.

Alan Lawson, “Postcolonial theory and the ‘settler’ subject”, Essays on Canadian Writing, 56, 1995, pp. 20-36.

Mahmood Mamdani, Citizen and Subject: Contemporary Africa and the Legacy of Late Colonialism, Oxford, James Currey, 1996.

Mahmood Mamdani, “Beyond Settler and Native as Political Identities: Overcoming the Political Legacy of Colonislism”, Comparative Studies in Society and History, 43, 4, 2001, pp. 651-664.

Mahmood Mamdani, When Victims Become Killers: Colonialism, Nativism, and the Genocide in Rwanda, Princeton, NJ, Princeton University Press, 2002.

Mahmood Mamdani, Saviours and Survivors: Darfur, Politics, and the War on Terror, London, Verso, 2009.

Francesca Merlan, “Indigeneity: Global and Local”, Current Anthropology, 50, 3, 2009, pp. 303-333.

Ronald Niezen, The Origins of Indigenism, Berkeley, CA, University of California Press, 2003.

H. O. Pappe, “Wakefield and Marx”, The Economic History Review, 4, 1, 1951, pp. 88-97.

A. G. Price, “Experiments in Colonization”, in J. Holland Rose, A. P. Newton, E. A. Benians (eds), Cambridge History of the British Empire, 7, 1, London, Cambridge University Press, 1929, pp. 207-242.

Ronald Robinson, “Non-European Foundations of European Imperialism: Sketch for a Theory of Collaboration”, in R. Owen, B. Sutcliffe (eds), Studies in the Theory of Imperialism, London, Longmans, 1972, pp. 117-140.

C. B. Schedvin, “Staples and Regions of Pax Britannica”, Economic History Review, XLIII, 4, 1990, pp. 533-559.

Lorenzo Veracini, Settler Colonialism: A Theoretical Overview, Houndmills, Palgrave Macmillan, 2010.

Lorenzo Veracini, “Constructing ‘Settler Colonialism’: Career of a Concept”, Portal: Journal of Multidisciplinary International Studies, forthcoming.

Patrick Wolfe, Settler Colonialism and the Transformation of Anthropology: The Politics and Poetics of an Ethnographic Event, London, Cassell, 1999.

‘Here from Elsewhere’–settler-colonialism with a southern horizon

James Belich, Lorenzo Veracini, Kate Darian-Smith

James Belich, Lorenzo Veracini, Kate Darian-Smith

Here from Elsewhere was the final in this year’s Southern Perspectives series at the IPCS. The series began with Raewyn Connell’s outline of ‘southern theory’ as a counter-hegemonic argument against the concentration of knowledge in the metropolitan centres. It set the scene for speculative propositions about forms of knowledge particular to the periphery, which included developments in indigenous theory, tidalectics and humid thinking.

One of the obvious points of connection between countries of the south lies in the settler-colonial experience. But recent developments in settler-colonial studies disturb the comfortable opposition between centre and periphery, north and south. The Imperial/Settler binary is counterbalanced by the Settler/Indigenous divide. While it might seem possible for those who cast themselves as ‘southern’ to join in solidarity against the metropolitan centres, there remains the historical conditions that continue to split these nations along colonial lines.

New Zealand historian James Belich (Victoria University, Wellington) began by outlining the argument in his recent book Replenishing the Earth. He articulated the three phrases of Anglo settlerism: incremental, explosive and re-colonisation. In the discussion that followed, Belich’s concept of the ‘re-colonisation’ was seen as implying that the flow of influence from Britain had ebbed before it was re-kindled.

Specialist in settler colonialism Lorenzo Veracini (Swinburne University, Melbourne) provided an analytic account of the distinction between colonialism and settlerism. He argued that settlerism was a distinctly southern phenomenon, emerging from the periphery. The discussion questioned the qualitative difference in relations with indigenous between colonial and setter. Veracini gestured the difference as one between the colonist addressing the indigenous with ‘You, work for me!’ (colonial), or ‘You, go away!’ (settler).

Historian Kate Darian-Smith (University of Melbourne) reflected on her own research, particularly in the circulation of objects related to reconciliation around the Pacific rim. In discussing the significance of objects such as the brass gorgets, Darian-Smith pointed to the active ways in which settlers proceeded to make their claims on the new land. She also implied a gender dimension in analysis of settlerism.

The following discussion continued the spirited contestation and defence of the settler-colonial paradigms that were presented. In terms of ‘southern perspectives’, it raised some important questions:

  • What is the substantial difference between the settler-colonialism experienced in Australasia and that of the United States?
  • What is the prognosis for the condition of settler-colonialism? Is it an original sin beyond redemption?

Clearly, the notion of a southern perspective must critique the manufactured forms of solidarity that elide the violence of colonisation. Settler colonial studies provides a powerful argument to expose facile alliances.

But settler-colonial studies also provides a powerful enabler of south-south dialogue by exposing exceptionalism as a common condition. In the case of Australia, the concept of the ‘great southern land’ encourages the narrative of a lucky country with singular promise. Through the settler lens, we see the way other countries create parallel forms of exceptionalism, particularly from the booster narratives of explosive colonisation. This applies not just to Anglo cousins, but across the latitude to Latin America and southern Africa.

So the challenge now awaits to use this platform as a way of journeying out beyond the familiar forums into south-south conversations. This notion of south is not the ground we stand on, but the horizon towards which we can gaze.

India has not been displaced

A recent issue of the new journal The Global South focuses on the relative absence of India-based voices in cultural theory dealing with India and postcolonialism. They ask, quite directly:

Why, for example, do India-based scholars remain so woefully underrepresented in postcolonial and globalization studies, even as India itself has become the field’s most widely referenced postcolonial location?

The editors argue that the focus on displacement that has characterised my postcolonial writing does not reflect the position of the majority:

…the almost complete identification of postcolonial studies with diaspora, exile, etc. has yielded a discourse ill-positioned to critique globalization, one arguably better suited to strategically undergird the notion of a global neoliberal subject.

While an important source of critique for postcolonial studies, it raises the question of what replaces this discourse of displacement. It is the alternative a familiar story of victimhood?

Reference

Alfred J. López and Ashok K. Mohapatra ‘India in a Global Age; or, The Neoliberal Epiphany’ The Global South (2008) 2: 1, pp. 1-5  

Ex Plus Ultra post-colonialism

From the University of Sydney comes a new postgraduate journal Ex Plus Ultra, which means ‘nothing further beyond’.

The journal sets out to question the categories of ‘colonial and ‘post-colonial’:

There was no cataclysmic rupture heralding the arrival of the ‘post-colonial’ nor was the advent of colonialism defined, uncontested or in some cases even as significant for the colonised as has previously been assumed. The very categories of ‘colonial’ and ‘postcolonial,’ insofar as they subscribe to linear, progressive time, are themselves imperial legacies.

This seems to be an attempt to de-centre the role of the British empire in the development of post-colonial theory.

In their aim to pluralise this field, the editors seek to reintroduce the concept of the national:

Beyond transnationalism
What are the problems with transnational histories? Is there an implicit masculinisation of the global and feminisation of the local? Does a transnational approach simply reinstate the national? Does it forget about the minutiae or the nationless? Is it really new? Are the terms global, supranational or cosmopolitan more useful?

It will be very interesting to see what perspectives emerge from this new opening. There’s an obvious danger. In the turn to particularities, will the only connecting element in this direction be its reaction to previous universalisms? Let’s see how they do it.